domingo, 26 de diciembre de 2010

El movimiento impresionista

El movimiento impresionista

Surgió en Francia a fines del siglo XIX con pintores como Monet, Cezanne, Degas y Renoir que impulsaron la salida del arte de los talleres para acercarlo a la naturaleza, con sus luces, transiciones difusas de color, todo lo que creó una impresión de atmósfera. En cuanto a la música, el término impresionismo se aplicó de manera semejante. Surgieron figuras como Debussy, Ravel, Scriabin, Falla o Respighi, entre otros. Debussy se consideró más próximo al mundo de los simbolistas, como los escritores y poetas Baudelaire o Verlaine, quienes sugirieron esta significación a través de leitmotivs que no se dirigen (como en el caso de Wagner) a una identificación del personaje o la situación, sino a recrear un ambiente lleno de sensualidad y fantasía. El lenguaje musical adquirió nuevas sonoridades con el fin de evocar mundos etéreos.

La reacción antiwagneriana

A fínes del siglo XIX, no hubo persona ajena a la revolución dramática de Wagner. A pesar de ello, Debussy y otros usaron las prácticas armónicas alemanas como base para crear un estilo que llevó los excesos tonales y armónicos hacia una nueva época, en la que las disonancias y modulaciones se independizaron por completo de la jerarquía tonal. Los compositores franceses decidieron recuperar el rico y postergado modalismo a través de técnicas como los acordes paralelos, de sonoridad más luminosa que las evoluciones cromáticas de los últimos románticos. En sus óperas, Debussy trabajó sobre lo sugerido y la introversión, tratando de lograr el máximo resultado emocional con el mínimo desarrollo musical. La armonía ya no era funcional y dinámica, sino estática y basada en el desarrollo de breves motivos. Se incorporaró conocido y otros modos novedosos, como la utilización paralela de algunos tipos de compases y ritmos, que rompen con la cuadratura tradicional de la medida del tiempo.

La Sociedad nacional

La creación de la Sociedad Nacional a partir de 1871 suele considerarse el renacimiento musical francés, cuyo objetivo fue alentar la composición en el país. Este hecho determinó el auge de la música sinfónica y de cámara de fines de siglo. Luego, en 1894, se fundó también en París la Schola Cantorum, que se especializaba en los estudios históricos y musicológicos, en oposición a la preparación puramente técnica que daba el Conservatorio. En dicha época convivieron tres corrientes creativas: la cosmopolita, influida por Wagner y encabezada por Franck y discípulos como Vincent D'lndy; una segunda, de inspiración nacionalista y encabezada por Saint-Sáens y sus seguidores (Fauré y sus alumnos Florent Schmitt, Roger Ducasse, André Messager o el mismo Ravel); y una tercera, innovadora, que se determina a partir de Debussy.

Después de Debussy

En el siglo XIX, entre los años 60 y 70, nacieron en Francia otras figuras de renombre, además de Debussy. Uno de los inclasificables compositores fue Erik Satie, representante de la bohemia de la Belle Epoque, que exaltó la estética del cabaret y el teatro musical. Compuso obras hipnotizantes por lo repetitivas y minimalistas. Asimismo, en la época se destacó Paul Dukas, anclado en la tradición romántica germanista. Otros notables del período son Gustave Charpentier y Albert Roussel, aunque el compositor de mayor proyección será Maurice Ravel, acusado sin razón de imitar a Debussy. Fue un prolífico autor de obras que señalaron la transición a la revolución estilística de principios del siglo XX, asociando melodías y ritmos inteligibles y tonales con armonías cromáticas, lo que dio por resultado un tinte barroco a las mismas.


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