
Surgió en Francia a fines del siglo XIX con pintores como Monet, Cezanne, Degas y Renoir que impulsaron la salida del arte de los talleres para acercarlo a la naturaleza, con sus luces, transiciones difusas de color, todo lo que creó una impresión de atmósfera. En cuanto a la música, el término impresionismo se aplicó de manera semejante. Surgieron figuras como Debussy, Ravel, Scriabin, Falla o Respighi, entre otros. Debussy se consideró más próximo al mundo de los simbolistas, como los escritores y poetas Baudelaire o Verlaine, quienes sugirieron esta significación a través de leitmotivs que no se dirigen (como en el caso de Wagner) a una identificación del personaje o la situación, sino a recrear un ambiente lleno de sensualidad y fantasía. El lenguaje musical adquirió nuevas sonoridades con el fin de evocar mundos etéreos.
La reacción antiwagneriana
A fínes del siglo XIX, no hubo persona ajena a la revolución dramática de Wagner. A pesar de ello, Debussy y otros usaron las prácticas armónicas alemanas como base para crear un estilo que llevó los excesos tonales y armónicos hacia una nueva época, en la que las disonancias y modulaciones se independizaron por completo de la jerarquía tonal. Los compositores franceses decidieron recuperar el rico y postergado modalismo a través de técnicas como los acordes paralelos, de sonoridad más luminosa que las evoluciones cromáticas de los últimos románticos. En sus óperas, Debussy trabajó sobre lo sugerido y la introversión, tratando de lograr el máximo resultado emocional con el mínimo desarrollo musical. La armonía ya no era funcional y dinámica, sino estática y basada en el desarrollo de breves motivos. Se incorporaró conocido y otros modos novedosos, como la utilización paralela de algunos tipos de compases y ritmos, que rompen con la cuadratura tradicional de la medida del tiempo.
La Sociedad nacional
Después de Debussy

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